La Noche del Rey




El paseo nocturno y el encuentro inesperado, bajo la tenue luz de las estrellas, que ilumina el camino que conduce a la verdad.
En una noche serena, en la que el cielo se engalanaba con un manto de estrellas, el silencio era ensordecedor, solo se escuchaban los pasos de los transeúntes que caminaban apresuradamente. Era una noche especial, la Noche del Rey.
El aire se sentía pesado, cargado de expectación, como si algo extraordinario estuviera a punto de suceder. La ciudad estaba engalanada con luces parpadeantes, y el ambiente era festivo. Pero más allá de la alegría superficial, había una sensación de inquietud que flotaba en el aire.
En medio de la multitud, caminaba un hombre solitario, su rostro cubierto por una capucha. Parecía fuera de lugar, como un extraño en una tierra extranjera. Se movía con una determinación silenciosa, como si supiera exactamente adónde iba.
Mientras caminaba, sus pensamientos corrían como un río embravecido. Pensaba en los acontecimientos que lo habían llevado a esta noche, a este momento. Recordó las mentiras y traiciones que había sufrido, el dolor y la desesperación que había sentido.
Pero también recordó la esperanza que había encontrado en medio de la oscuridad, la creencia de que incluso en las noches más oscuras, siempre hay una luz que guía el camino.
Siguió caminando, sus pasos resonando en el silencio de la noche. Pasó por un parque, donde las parejas se abrazaban bajo la luz de la luna. Siguió caminando, dejando atrás el bullicio de la ciudad y adentrándose en un callejón oscuro y lúgubre.
En el fondo del callejón, vio un grupo de hombres reunidos alrededor de una hoguera. Se veían siniestros, sus rostros iluminados por las llamas danzantes. El hombre encapuchado se acercó al grupo, su corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
Sabía que era el momento de la verdad. Había llegado el momento de enfrentarse a su pasado y descubrir su destino.
Se quitó la capucha, revelando su rostro al grupo. Hubo un momento de silencio, mientras los hombres lo miraban con asombro y reconocimiento.
"Has vuelto", dijo uno de los hombres, su voz grave y llena de significado.
El hombre encapuchado asintió con la cabeza. "He vuelto", dijo, "para reclamar mi lugar".
Los hombres se hicieron a un lado, permitiéndole pasar. Entró en una habitación oscura y húmeda, y se encontró en el centro de una antigua ceremonia.
En el centro de la habitación había un trono, y sentado en él estaba un anciano envuelto en una túnica real. El viejo tenía los ojos cerrados y parecía dormir, pero el hombre encapuchado sabía que estaba despierto.
"Padre", dijo el hombre encapuchado, su voz temblando de emoción.
El anciano abrió los ojos y miró al hombre encapuchado. "Hijo mío", dijo, "has vuelto".
El hombre encapuchado se arrodilló ante el anciano y tomó sus manos entre las suyas. "Vengo a reclamar mi lugar", dijo, "como Rey de esta tierra".
El anciano sonrió. "Tu lugar es aquí, hijo mío", dijo, "conmigo".
El hombre encapuchado se levantó y se sentó en el trono junto al anciano. Juntos, gobernaron la tierra con sabiduría y justicia, y la gente prosperó bajo su liderazgo.
Y así, la Noche del Rey llegó a su fin, y con ella, un nuevo capítulo comenzó en la historia de la tierra.