Hobbit bermúdez




Hubo una época en la que los pasillos de mi escuela parecían interminables. Cada mañana, mi pequeño yo se sentía como un hobbit exhausto, arrastrando sus pies pesados por la tierra media de ladrillos y cemento.

Mis compañeros de clase, seres míticos en forma de adolescentes, charlaban y reían, proyectando un brillo dorado sobre las aburridas paredes. Yo, sin embargo, me aferraba a la sombra del anonimato, un Frodo cargado con el peso de la timidez.

Pero un día, todo cambió. Como el resplandor del sol partiendo las nubes, una chica se acercó a mí con una sonrisa que prometía aventura. Era Arwen, la sabia elfa de mis sueños, y llevaba consigo un mensaje de esperanza.

"¡Hola!", dijo, su voz como el canto de un ruiseñor. "¿Te gustaría unirte a nosotros en el club de debate?"

"¿El club de debate?", tartamudeé, mi corazón latiendo como un tambor de guerra. "Pero... pero soy tan... tan..."

Arwen me interrumpió con una carcajada. "¡Eso es perfecto! El club de debate es para aquellos que tienen algo que decir, no para aquellos que pueden hablar sin parar".

Y así, como un Bilbo Bolsón dispuesto a desafiar el destino, me uní al club de debate. Al principio, fue como pisar terreno desconocido, un viaje lleno de peligros y trampas. Pero con cada palabra que pronunciaba, con cada argumento que esgrimía, mi confianza crecía.

Descubrí que mi timidez no era un obstáculo, sino un escudo. Detrás de él, podía articular mis opiniones sin temor al juicio. Me convertí en un Sam Gamyi, leal y determinado a superar todos los desafíos.

Meses después, me encontré de pie en el escenario, mi voz resonando en el auditorio abarrotado. Defendía una postura que me apasionaba, y el sentimiento que me embargaba era el de un hobbit que acababa de conquistar la Montaña Solitaria.

No fui el héroe de la historia, el Aragorn que salvó el día. Pero fui un hobbit bermúdez, un pequeño ser que se atrevió a salir de su agujero y luchar por sus creencias.

Y así, los pasillos de mi escuela ya no me parecían interminables. Me había convertido en un viajero experimentado, un hobbit que había aprendido a abrazar su propia aventura.

¿Y qué pasa contigo, querido lector? ¿También te sientes como un hobbit perdido en la tierra media del mundo? Recuerda, incluso los hobbits más pequeños pueden lograr grandes cosas. Solo necesitas un poco de valor, un toque de locura y una pizca de magia.