¡Colapsinto! El día en que el mundo se desmoronó




Recuerdo aquel día como si fuera ayer. El sol brillaba intensamente, pintando el cielo azul como un lienzo. El canto de los pájaros llenaba el aire, una hermosa melodía que hacía sentir la vida en cada rincón. Era un día perfecto.

Sin embargo, bajo esa apariencia serena, algo oscuro se gestaba. Un rumor sordo, un temblor apenas perceptible, comenzó a sacudir la tierra bajo nuestros pies. Al principio, lo ignoramos, pensando que era solo un pequeño temblor. Pero entonces, la tierra empezó a rugir y a abrirse, tragándose edificios y carreteras enteras.

El pánico se apoderó de la ciudad. La gente gritaba, corría y trataba desesperadamente de ponerse a salvo. Yo me aferré a mis seres queridos, sintiendo el suelo temblar debajo de mí. El mundo que conocía se estaba desmoronando ante mis ojos.

Mientras los edificios se derrumbaban, una voz resonó en mi mente: "¡Colapsinto!". Nunca había oído esa palabra antes, pero sabía que significaba algo terrible. Algo que cambiaría el mundo para siempre.

La tierra continuó sacudiéndose durante horas, convirtiendo la ciudad en ruinas. Cuando finalmente se detuvo, quedamos conmocionados y perdidos. Habíamos sobrevivido al colapso, pero nuestros hogares, nuestros trabajos y nuestra vida habían desaparecido.

En los días y semanas que siguieron, aprendimos a sobrevivir en un mundo roto. Nos refugiamos en los escombros, compartiendo comida y agua. Nos apoyamos mutuamente, encontrando fuerza en nuestra desesperación compartida.

Con el paso del tiempo, las heridas físicas y emocionales empezaron a sanar. Reconstruimos nuestra ciudad, ladrillo a ladrillo. Pero el "colapsinto" dejó una cicatriz en nuestras almas, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida.

Hoy, años después, el "colapsinto" es una historia que contamos a nuestros hijos. Una historia de tragedia y esperanza, de resiliencia y renacimiento. Nos recuerda que incluso en los momentos más oscuros, el espíritu humano puede prevalecer.

El "colapsinto" nos enseñó que debemos valorar cada momento, porque nunca sabemos cuándo el mundo puede cambiar para siempre. Nos enseñó a apreciar la importancia de la comunidad y el apoyo mutuo. Y nos enseñó que, incluso después del desastre, hay esperanza para un futuro mejor.

Y así, cada vez que oigo la palabra "colapsinto", recuerdo aquel día terrible. Pero también recuerdo la fuerza y el coraje que mostró nuestra comunidad. Recuerdo que incluso en los momentos más oscuros, la esperanza siempre puede brillar.